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sábado, 20 de febrero de 2016

¿La tiranía de López justifica la barbarie de la Triple Alianza?

Fuente: ABC color

El senador liberal Alfredo Jaeggli, en “Cartas al director” del sábado último, expresa su enojo porque en la excelente colección de Servilibro “Imaginación y Memoria del Pa raguay”, que auspicia este diario, se incluye una obra de Juan E. O’Leary, “El libro de los héroes”, acertadamente elegido por los directores del proyecto, Rubén Bareiro Saguier y Carlos Villagra Marsal. Estos amigos me permitieron escribir la “Introducción” del citado libro, en la que intenté describir los propósitos de O’Leary en su tarea, más literaria que histórica, de recordar a los héroes de la Guerra de la Triple Alianza.
Jaeggli inicia su carta sorprendiéndome con los dos primeros párrafos que son una transcripción, tergiversada, de mi columna del domingo 12 pasado “Las mentiras que envenenan al país”. 

Como ya lo hiciera en Senadores con motivo de memorarse el Día del Niño, vuelve Jaeggli a enfadarse con el Mariscal López. Por extensión, con O’Leary, que se ocupó de la gloria de los héroes, y conmigo, por ocuparme de O’Leary. 

El problema de Jaeggli es confundir a López al frente del país, con el López al frente de sus ejércitos. Me explico: López encabezó un gobierno terriblemente dictatorial. Heredó un país que nació marcado por la desgracia de vivir amarrado a la voluntad de un hombre, no a la de la ley. Para peor, eran dictadores ilustrados. Lo fue Francia, Carlos Antonio López y Solano López. Sabían de los ideales que alentaron a la Revolución Americana y a la Revolución Francesa. Pero no movieron un dedo porque en el país entrara el soplo vivificador de la libertad que nos hubiera remontado quién sabe hasta qué insospechables alturas. 

Esta idea no la expreso ahora. Tengo tres obras de teatro –“Procesados del 70”, “Elisa”, “San Fernando”– en las que dejo constancia de mi pensamiento acerca de los estragos de la dictadura lopista y de las otras que padeció el país. 

Pero está el otro López, el que condujo a sus ejércitos –generalmente mal– en una guerra que fue escenario de increíbles actos heroicos, individuales y colectivos. Al mismo tiempo, de la más extraña crueldad de parte de quienes vinieron a librarnos de la crueldad de un tirano. El país no hubiera quedado en la desolación más dolorosa si la barbarie que vino a combatir la Triple Alianza –según la propaganda– no fuera de una barbarie inaudita que se propuso ahogar en sangre un país que, un año antes de finalizada la guerra, ya estaba vencido por completo. 

O’Leary levantó la voz contra quienes justificaban los crímenes de la Triple Alianza estimulados por el odio a López. Estas son las dos cosas distintas: Una es la tiranía y la crueldad de López que todavía se expresaban hacia el final de la guerra. Y otra es llenar de escarnio a quienes combatieron con indecible coraje. Se dijo que “pelearon por miedo al tirano” que eran “cretinos”, etc., etc. ¡Se dijeron y se dicen tantas cosas! 
Lo que no se dice –o se balbucea– es que el Paraguay estaba condenado desde antes del tratado secreto de 1865. Mitre asumió la presidencia de su país el 12 de octubre de 1862. Un mes antes, el 13 de setiembre, apareció el primer número de “La Nación Argentina” para apoyar a su gobierno. Carlos Antonio López falleció el 10 de setiembre del mismo año. El 16 de octubre asume formalmente su hijo Francisco Solano. Unos días antes, el órgano mitrista, en su editorial del 28 de setiembre, habló ya de “La guerra del Paraguay”. Dijo: “Don Francisco Solano López entra hoy a gobernar un pueblo dócil y susceptible de recibir la impulsión que sus gobernantes le impriman”. 

Luego se lee: “El Paraguay, libre, hace de su causa la causa común de todos los americanos. El Paraguay, representando el despotismo en la América, no puede contar con la simpatía de nadie”. 

Y este párrafo que anuncia ladinamente la guerra: “Eso es lo que La Nación Argentina tiene que decir al presidente del Paraguay, en vez de amenazarle con una guerra que el gobierno de la república no puede ni debe llevarle y que no le llevará, porque no es justo prejuzgar ese mal de actos que aún no se han cometido y porque el primero y más alto de sus deberes, ante Dios y el pueblo, es responder de la libertad de la patria argentina, sin comprometerla en los momentos en que todos tratamos de afianzarla”. 

En este editorial –que copio de “El drama del 65 (la culpa mitrista”, de Luis Alberto de Herrera, págs. 480-481, edición reeditada en 1974, de la de 1943– está la semilla del tratado secreto de 1865, que selló la suerte del Paraguay. 

Estar contra la tiranía de López no debe ubicarnos contra los derechos del Paraguay, tan trágicamente violados en una prolongada guerra. Saltando a nuestro tiempo, ¿vamos a justificar la barbarie en Irak de la Triple Alianza –Estados Unidos, España e Inglaterra– porque derrocó a Sadam Hussein? 
El despojo de nuestras riquezas está ya anunciado en el citado editorial de “La Nación Argentina” de 1862, ratificado por el acuerdo secreto de 1865. O sea, nada nuevo bajo el sol, ni siquiera el antilopismo justificador de latrocinios. 

Jaeggli nombra a Stroessner. ¿Por oponernos a su dictadura vamos a aceptar la entrega al Brasil y la Argentina de Itaipú y Yacyretá, respectivamente? ¿La tiranía de López, entonces, justifica el saqueo más desvergonzado cometido contra pueblo alguno? ¿Tenemos que callarnos el saqueo de hoy por culpa de los malos gobiernos que lo permiten?

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