Policías y periodistas que pisotean los derechos
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Por Susana Oviedo soviedo@uhora.com.py
La semana pasada observamos atónitas una escena transmitida en directo en el noticiero de Paravisión, desde la Comisaría 20.ª.
Acompañada de varios vecinos, una mujer se animó a concurrir a la unidad policial para denunciar a su pareja y padre de sus hijos por maltratador, tras sufrir un nuevo episodio de violencia doméstica.
Esta vez el implicado, un suboficial de la policía, además de golpear a su pareja, también castigó físicamente a uno de los niños.
Lo que nos sorprendió y decepcionó es cómo un es- fuerzo de años todavía no ha conseguido modificar la falta de profesionalismo en la institución policial y en algunos sectores de la prensa que, a juzgar por lo que hacen, no toman en cuenta los derechos de los demás y la ética periodística.
Veamos por qué...
Lo más difícil, en los casos de maltrato intrafamiliar, es que la víctima venza el miedo, el silencio, la vergüenza y hasta el sentimiento de culpa que le generan las continuas sesiones de golpes y tortura verbal y psicológica por parte del agresor.
Por eso es considerado un gran logro el hecho de que acuda a formular la denuncia. Para que esta quede firme, y no vuelva a ser retirada al cabo de las horas o de los días, es de suma relevancia la manera en que sea atendida la víctima.
Demanda un trato delicado, comprensivo y muy discreto por parte de los policías que reciban la denuncia. Por eso, se recomienda conducir a la víctima a un espacio dentro de la comisaría donde la persona no esté expuesta a la mirada de todos. Mucho menos, a las cámaras de televisión.
Debe sentirse amparada, protegida, para que permanezca firme en su decisión de romper con la situación de some- timiento y violencia. De ahí que esa primera atención que reciba en la comisaría más cercana, es fundamental que sea eficiente, respetuosa y profesional.
Cuando el problema también afecta a niños, los cuidados deben ser mucho más rigurosos aún, para evitar la revictimización.
La Secretaría de la Mujer ha estado desarrollando nume- rosos talleres con el personal policial sobre este tema. Aunque quizá no lo suficiente, a juzgar por la forma en que proce- dieron en la Comisaría 20.ª, donde simplemente dejaron librada a una mujer, con sus cuatro hijos, a la desubicada in- sistencia de un reportero novato, que evidentemente no cono- ce cómo deben abordarse temas de esta naturaleza.
Todavía afectados por la escena de violencia que acaba- ban de vivir, el reportero y su camarógrafo asediaban, cual lobos a su presa, a la joven madre y a los niños. El objetivo era lograr el relato pormenorizado de cómo sucedieron los hechos, pero de boca de los propios afectados, sin importar el estado emocional y el derecho a la intimidad de las víc- timas.
Cuando estuvieron a un paso de exponer ante las cámaras a uno de los pequeños, afortunadamente, una de las vecinas que acompañaban a los chiquillos reaccionó e increpó al pe- riodista, pidiéndole con firmeza que tuviera un poco de res- peto hacia los niños y que se alejara de ellos.
El reportero dejó a los pequeños, sin renunciar al em- peño de conseguir "la nota".
La mujer trataba de huir del acecho televisivo, hasta que finalmente se vio atrapada y sometida a un largo interro- gatorio periodístico.
Todo esto ocurría en la Comisaría 20.ª, con transmisión en vivo y en directo por un canal de televisión que optó por la espectacularización de la noticia.
En esta triste historia de la mujer y sus cuatro niños, y quién sabe en cuántas otras más, no existió la "atención con calidad y calidez" que se recomienda a los policías cuando tienen ante sí un caso de violencia doméstica.
En lugar de dar contención y salvaguardar los derechos de las víctimas, los de la Comisaría 20.ª las expusieron ante una prensa que solo busca la exhibición impúdica de la imagen y de los sentimientos de las personas, renunciando a un periodismo de calidad, respetuoso de los derechos.
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