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domingo, 2 de marzo de 2014

Nunca lo hubiera sabido

Nueva Germania, el sueño de Wagner que en Paraguay se volvió estafa, por Gabriela Aleman

31 diciembre, 2013

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Los cinco patos que se bamboleaban entre las altas hierbas del terreno buscando comida no tenían idea dónde estaban. Aunque, habría que reconocerlo, nadie había hecho algo para hacérselos saber. No existía una puerta, ni candados y menos un cerramiento para mantenerlos fuera. Lo único que había eran tres limoneros que daban a la calle de tierra y, al fondo, un aguacate enorme que fagocitaba el tronco de un árbol de limas. Monte alto, parches de tierra roja, frutas pudriéndose al sol. No queda nada de la antigua casa de los Förster-Nietzsche salvo el decrépito interior de un pozo seco, invadido por plantas trepadoras. No es mucho para reivindicar la fundación de una Utopía en el interior de la selva paraguaya hace algo más de un siglo. Si se toma en cuenta que la empresa nació del convencimiento de la supremacía aria, los limones del huerto deberían ser agrios.
La casa, Försterhof, de la que Elisabeth Nietzsche se vanaglorió en cartas a su madre, “señorial, con altos techos, espaciosa y fresca”, ha sucumbido al paso del tiempo y de ella no queda nada. Ni ruinas. Si no fuera porque el resto del pueblo mantiene un trazado impecable y las veredas se encuentran deshierbadas y las bases de los postes de luz están pintadas con banderas paraguayas y alemanas, el contraste sería menor y el abandono del pasado no sería tan notorio.
Queda poco en el pueblo, solo un cuarto con algunas fotos en la casa de un vecino con mente empresarial que, el día que fui, no había abierto. Sus vecinos dejaron claro que su mente empresarial tendía a sucumbir bajo el calor de más de cuarenta grados y que apenas abría su casa para los poquísimos curiosos que llegaban buscando el pueblo fundado por la hermana de Friedrich Nietzsche. Para satisfacer a esos curiosos hay un letrero sobre la avenida principal que señala una calle secundaria: Elizabeth Nigtz Chen. Ni la palabra salva al pasado aunque es la única señal que apunta en su dirección.
*
En 1886 Paraguay era el futuro. La tierra donde se refundaría Alemania, lejos de la contaminación judía. Ese, por lo menos, fue el razonamiento que Bernhard Förster siguió y que su esposa Elisabeth Nietzsche alentó. Las catorce familias que llegaron al puerto de Asunción el 15 de marzo de 1886 siguiendo el descabellado plan de Förster simplemente se dejaron embaucar. Algunos porque creían en su ideal racista, otros porque huían de la crisis económica alemana, especialmente visible en la zona de Sajonia, de donde provenía la mayor parte.
Para sobreponerse a la llegada al puerto de Asunción después de trepar cinco días por el Río Paraná desde Montevideo, luego de un mes de viaje desgastante desde Alemania, debieron creer. En este discurso de Förster: “A pesar de las muchas dificultades, los migrantes deberán saber que han tomado parte en un gran proyecto. Esta misión tiene un nombre: la purificación y renacer de la raza humana y la preservación de su cultura”.
También Therese Elisabeth Alexandra Nietzsche había embarcado en Hamburgo en el Vapor Uruguay. Contaba con 39 años, menos de un año de matrimonio y sueños que abarcaban un nuevo Imperio en construcción. Tampoco había olvidado traer un piano. Había aprendido a tocarlo junto a su hermano Friedrich Wilhelm en su niñez en Röcken, un pequeño pueblo Sajón al sudeste de Leipzig. A ella la habían bautizado con el nombre de la princesa de Alte-Saxenburg a quien su padre, el pastor de Röcken, había tutorado en su juventud; su hermano, dos años mayor, se llamaba igual al rey. Ambos aspiraron a la realeza.
Cuando quedaron huérfanos de padre, a temprana edad, se volvieron inseparables. El sobrenombre que Fritz dio a su hermana fue “llama”: la bautizó cuando leyó que entre las características del animal andino se encontraba la terquedad. Le pareció muy adecuado.
Nunca dejó de utilizar ese sobrenombre para dirigirse a ella. Friedrich era un niño introvertido y precoz que llegaría a ser la mente más brillante del siglo XIX. Era, además, un pianista virtuoso. No así su hermana, que solo tocaba de una manera competente. Pero en todos los aspectos de su vida, su terquedad compensaría su falta de genialidad. A pesar de que su hermano fue un prosista excepcional, fue ella, con una escritura sentimental, la que estuvo nominada tres veces al Premio Nobel de Literatura (en 1908, 1915 y 1923).
Su falta de talento siempre se vio compensada por la existencia de su hermano. Si de niña lo veneraba, de adulta nunca lo abandonó, aunque él se hubiera distanciado. Ella se convirtió en una devota religiosa al punto del fanatismo mientras él abjuró de la religión y la moral cristiana. Friedrich peregrinó durante años por Europa buscando la verdad. Elisabeth encontró su especial marca en el nacionalismo y la pureza racial y viajó a otro continente para darle forma.
A pesar de ello ambos estuvieron unidos a lo largo de sus vidas: él recurrió a su apoyo en varias de sus recaídas médicas y ella aprovechó su nombre para adquirir la notoriedad a la que siempre se sintió destinada. Cuando decidió viajar a Paraguay no dudó en pedir a su hermano que la acompañara y, a pesar de que se rehusó en más de una ocasión, nunca dejó de presionarlo; no solo para que fuera sino para que invirtiera dinero en la empresa. Friedrich  siempre le dio la misma respuesta: “Nuestros deseos e intereses no coinciden en tanto que tu proyecto es anti-semítico. Si el proyecto del Dr. Förster es exitoso, seré feliz por ti y, tanto como pueda, ignoraré el hecho de que será el triunfo de un movimiento que rechazo. Si fracasa, me regocijaré en la muerte de un proyecto anti-semita…”
*
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Hace 127 años, el camino de Asunción a Nueva Germania era tortuoso. No solo eso, era peligroso e inseguro. Y para los nuevos colonos alemanes era tierra incógnita. Habían llegado confiando en la palabra de un iluminado pero una vez ahí, desprovisto del envoltorio publicitario, se dieron cuenta que habían canjeado su futuro por tierras pantanosas y poco fértiles.

Llegar a Nueva Germania ahora toma algo más de tres horas y media sobre una carretera asfaltada y libre de baches. Se sigue la Ruta 3 desde Asunción y se sube en diagonal hasta San Estanislao, de allí una línea recta conecta la misma carretera con Nueva Germania. El paisaje de los 259 kilómetros que separa las dos ciudades es una sucesión de casas aisladas, campos de pasto, islas de palmeras y cultivos. La Ruta 3 no existía en 1886. La que tomaron las catorce familias junto al fundador del pueblo fue una ruta fluvial. Subieron el Río Paraguay hasta San Pedro del Ycuamandiyú y de allí siguieron en carretas los 48 kilómetros restantes.
Antes de que Bernhard Förster negociara las tierras de Nueva Germania para su colonia, hizo un viaje por el Paraguay, buscando el paraje de su Utopía con un mapa dibujado por el Coronel y aristócrata húngaro Heinrich von Morgenstern de Wisner.  Von Morgenstern había huido de la Corte vienesa por unas acusaciones de pederastia. Era un personaje ubicuo que había sobrevivido dos dictaduras, una guerra y varias revueltas civiles en Paraguay, donde pasó 46 años.
Llegó a Asunción en 1845 como parte de una delegación militar brasileña de visita al dictador Carlos Antonio López. Se dio cuenta de que su pasado en la Corte Imperial vienesa podría serle útil y, cuando asumió el gobierno Francisco Solano López, se convirtió en mano derecha de la amante irlandesa del dictador. Eliza Lynch se encargó de que Solano López lo nombrara Canciller y que luego lo hiciera su principal asesor militar. Morgenstern sobrevivió a la debacle de la Guerra de la Triple Alianza, que ayudó a conducir,  y se convirtió en Ministro de Migración en sucesivos gobiernos. Su principal misión era seducir a europeos con ofertas generosas de tierras y mucha desinformación sobre lo que encontrarían en el país. Fueron sus talentos propagandísticos, resumidos en el “Reporte sobre el Estado de Paraguay” que publicaron varios diarios europeos, los que atrajeron a Förster a Paraguay.
Tras recorrer el país durante dos años con la ayuda del mapa de Morgenstern, Förster regresó a Alemania y publicó un panfleto titulado “Colonización Alemana en el Distrito de la Alta Plata con especial referencia a Paraguay: el resultado de detallada experiencia personal, trabajo y viajes 1883-1885.” No pudo resistir convertirse en el héroe de su viaje: un súper hombre que había logrado sortear todo tipo de obstáculos. Como texto publicitario, resultó un fracaso. Más que alentar, parecía espantar a posibles colonos. Esto escribió sobre la zona que eventualmente vendió como sueño ario:
“Mi primera preocupación fue encontrar la ruta más directa hacia San Pedro. Hasta ahora había escuchado que era imposible. Se suponía que todo el camino era un inmenso pantano, prácticamente impasable para una persona sola y lleno de peligros. Mi propia experiencia confirmaba estos reportes…los caballos debían cruzar profundos pantanos de lodo. Solo ocasionalmente se distinguían tierras altas, firmes bajo los pies. El área, además, estaba completamente inhabitada, y llena de gran número de venados, zorros, tigres, monos, avestruces, etc….Emigrar a esta zona sin duda sería una tarea hercúlea, aunque la tierra parece fértil. A lo largo del camino, unas pocas casas con piso de baldosa, ahora derruidas, eran testigos de que aquí debió existir un poblado dependiente del ganado antes de la guerra…El jefe de ellos era un viejo negro que no entendía español ni ninguna otra lengua conocida. No se molestó en ayudarme así que me vi forzado a dormir al aire libre…Los peligros aquí son tigres, indios y culebras… Los únicos indios que vi eran muy pobres y en un estado domesticado…Los indios no son peligrosos y harían buenos sirvientes. Pero los Lengua son más peligrosos y ocasionalmente cruzan el Gran Chaco en grupos de asalto. Las verdaderas dificultades a las que debe enfrentarse un viajero que desconoce el terreno es perderse, toparse con mal clima en rutas solitarias y el sentimiento de soledad que despierta la completa belleza y horror del lugar y, no por último, algo menor, el hambre…”
Se impusieron al tenor de este texto su carisma personal y, posiblemente, la desesperación de las familias que lo siguieron. El panfleto no solo describíaflora, fauna, sistemas fluviales y plantaciones de mandioca de la zona, sino que divagaba sobre el anti-semitismo, las ventajas del vegetarianismo, el luteranismo y Wagner. Bernhard Förster era un furioso wagneriano. Había intentado, durante años, entrar a su círculo íntimo pero Wagner nunca le había prestado atención. Fue solo cuando conoció a Elisabeth en la inauguración de Bayreuth, la casa de Ópera que Wagner concibió, que pudo acercarse a él. Elisabeth se sentía en casa entre los Wagner ya que durante varios años Nietzsche y Wagner mantuvieron una estrecha amistad que terminó en desastre; cuando se acabó, ambos borraron al otro de sus vidas. Pero en Ecce Homo, el libro autobiográfico de Nietzsche, nunca renegó de su admiración por el músico, “Mi juventud hubiera sido insoportable de no ser por la música de Wagner, pues yo estaba condenado a convivir con los alemanes…Wagner es el antídoto por excelencia contra todo lo alemán”. Pero el ambiente de los años en que lo frecuentó y Elisabeth trabó amistad con su familia, terminó por alejarlo: “Lo que nunca le he perdonado a Wagner es haber condescendido con los alemanes, el que se haya convertido en un alemán del Reich…Tengo que atacar (…) a la nación alemana, que cada vez se está volviendo más perezosa (…) más respetable; dicha nación se sigue alimentando, con un apetito envidiable, de cosas contradictorias, e igual se traga, sin tener problemas digestivos, la “fe” que el cientificismo, el “amor cristiano” que el antisemitismo, la voluntad de poder y de Imperio que “el evangelio de los humildes…”.
Si a Nietzsche todo eso le causaba serios problemas digestivos y migrañas y depresión, no molestaba a Förster, que más bien se alimentaba de todo lo que el hermano de su futura esposa despreciaba. Cuando cayó en sus manos Arte y Religión de Wagner, donde llamaba a fundar una Alemania más pura en el Nuevo Mundo, saltó a la ocasión. Al leer: ”Ciertamente debe ser correcto inculpar de esta torpe tontería de nuestro espíritu público a la corrupción de nuestra sangre … no sólo por el abandono de la alimentación natural del hombre sino, sobre todo, por la mezcla de la sangre heroica de las razas más nobles con la de antiguos caníbales que ahora son adiestrados para ser agentes de negocios de la sociedad”, encontró su llamado: era tan antisemita como vegetariano. Solo debía cruzar el mar y refundar Alemania.
No resultó tan fácil. Suponía privaciones e innumerables dificultades, y el temperamento de Bernhard no ayudaba. Tenía una personalidad nerviosa y constante mal humor. La tierra apenas rendía frutos y con los métodos de cultivo traídos de Alemania, ninguno. Los colonos debieron aprender de la experticia nativa para, aún así, lograr poco. No había ferrocarriles para unir la colonia con otras partes del país, ni una embarcación propia que les permitiera utilizar el río. La malaria atacó apenas llegaron. Desistieron de construir caminos porque todo su tiempo lo emplearon en tratar de sacar algo de la tierra o en engordar al ganado.
Förster había escrito en su panfleto de 1885, “En todo Paraguay hay una creencia de que si hay suficiente carne, cualquier otro tipo de alimento se vuelve innecesario”. Ante el hambre, traicionó a Wagner y, como los nativos, disfrutó del asado. Claro que Elisabeth, que escribía para la prensa alemana en procura de reclutar a nuevos colonos, continuó insistiendo en lo nocivo de la carne, entre otras cosas porque “calienta la sangre, lo que debe ser evitado en este país…Mi esposo, yo y todos nuestros empleados vegetarianos hemos escapado de las enfermedades de la aclimatación, un mal que consiste en llagas en las manos y pies… En cada caso, una dieta vegetariana será beneficiosa y ayudará para una pronta mejora”. Elisabeth trató de mantener las apariencias pero en las cartas a su madre se queja de su marido y el esfuerzo que significaba estar tan lejos. Llegó a escribir que había envejecido diez años en los dos que había vivido junto a Bernhard en Paraguay. El paraíso no existía, salvo en los comunicados de prensa. Allí, “el clima era tan benigno que tanto los hombres como los animales prosperaban en él.”
*

autoretrato con limón del huerto de Elisabeth
Viajé a Nueva Germania en verano, la temperatura rondaba los 36 grados y la humedad era del 55%. Lo que en sensación térmica se traduce en 46 grados. Viaje en un bus con aire acondicionado, pero en un lugar del trayecto lo abandoné para seguir la ruta en carro. Desistí de salir de madrugada: para entonces el sol me hubiera podido atravesar el cerebro. Hay un momento del día, que comienza en las inmediaciones de las doce y termina por las cuatro de la tarde, cuando uno siente que se encuentra en el centro del sol. No se puede pensar, ni hacer, ni decir. Nada. Son horas que el calor le come al día. Los que no las respetan pagan un precio. Insolación, migrañas, calambres y derrames cerebrales son solo epígrafes. Ningún temperamento, por más germano que fuere, tiene derecho sobre el calor, como debieron aprender los habitantes de Nueva Germania.

A las once paramos en una gasolinera sobre la ruta que tenía un mercado y una cafetería. Los dueños eran menonitas y parecían presagiar lo que nos esperaba. Adentro, era el Ártico: apenas se podía pensar por el zumbido del poderoso aire acondicionado. Me tomó más de media hora volver a sentir el cuerpo, entir algo más que calor, moverme fuera de esa onda de aire titilante de tan ardiente.
Busqué una silla, me doblé en ella y el amigo que me llevaba regó una botella de agua helada sobre mi nuca. Luego de un momento pude alzar la cabeza y me tendió una bebida helada de soja con sabor a manzana. Me supo a gloria. No la bebí, la tragué y, cuando  acabé, me paré para conseguir otra. Solo entonces pude ver adónde habíamos entrado. Era un local enorme, como dos canchas de basquetbol juntas. De un lado se vendían implementos eléctricos de algún tipo; del otro, había góndolas llenas de productos. Leche, enlatados, fósforos, harina. Contra la pared posterior, varias refrigeradoras con puertas de vidrio exhibían bebidas de soja, agua y refrescos. A un costado se vendían embutidos, queso y pan. Atrás del mostrador, donde atendía un muchacho salido de la familia Von Trapp de La Novicia Rebelde, había tres enormes afiches con paisajes alpinos en invierno. Casi se podía tocar la nieve.
Traté de mirar por la ventana hacia el carro, pero el exterior había desaparecido. El contraste de la temperatura había empañado por completo los vidrios y lo único que se veía era una escarcha lechosa. Me sentí atrapada en una pecera con un montón de descendientes de Förster. Solo que Förster no había dejado ninguno. Y por lo que sabía, los descendientes de los otros colonos de Nueva Germania hacía años habían abandonado su proyecto de supremacía racial.
Y, aun así, no podía quitar los ojos del afilado cuchillo del carnicero Von Trapp mientras cortaba lonjas de un salami rojísimo.

*
La tierra paraguaya tiene la consistencia y el color de la sangre seca. Sangre seca oxidada, acorde con la historia del país. Dos guerras sangrientas quedaron atravesadas en sus siglos XIX y XX. En la primera, perecieron las dos terceras partes de la población masculina del Paraguay; la segunda, la del Chaco, también mermó drásticamente a la población y dio una estocada a la economía nacional.
En la Guerra de la Triple Alianza el Mariscal Francisco Solano López, con delirios napoleónicos, pensó que podría vencer a los ejércitos reunidos de Brasil, Argentina y Uruguay y llevó al Paraguay a una masacre. Tras el fin de la guerra, las fuerzas aliadas ocuparon Asunción y se hicieron cargo de sus asuntos hasta 1876. Durante las siguientes dos décadas, la figura central del país fue el héroe de guerra General Bernardino Caballero, fundador del partido Colorado. Fue él quien puso a la venta las tierras fiscales (el Estado era dueño del noventa y cinco por ciento de las tierras paraguayas) para pagar las deudas contraídas en Londres para financiar la guerra. La mayor parte de esas tierras fueron a dar a manos de grandes consorcios extranjeros y los campesinos que las trabajaban quedaron sin nada. También sirvieron para pagar deudas políticas hasta la época de la dictadura stronista. Para 1900, setenta y nueve familias eran dueñas del cincuenta por ciento del territorio nacional.
El tema de las tierras, sus títulos y sus dueños aún gravita con fuerza en la política paraguaya y es la sombra que oscurece los motivos y las consecuencias del golpe de Estado contra el presidente Fernando Lugo en 2012. En una de las pocas paradas que hizo el bus de Asunción a Nueva Germania vi una pintada con lápiz rojo en la puerta de madera del único baño en que nos detuvimos: “¿Qué pasó en Curuguaty?” La tierra roja continúa teñida de sangre.
Las mayores afectadas siempre han sido las comunidades indígenas. Son las que han recibido baratijas a cambio de todo lo suyo.  Durante la época de la Independencia y del gobierno de José Gaspar Rodríguez de Francia no se necesitó título de propiedad para utilizar la tierra. Pero el presidente Carlos Antonio López, a través de un decreto emitido el 7 de octubre de 1848, suprimió la institución del tâva comunal. Esto permitió al Estado apropiarse y disponer de las tierras de “los veintiún pueblos indios” del Paraguay. En trueque, concedió a sus miembros la ciudadanía. Esa ganga se resumió en dos artículos: I) Se declara ciudadanos de la República a los indígenas de los veintiún pueblos siguientes: (…) II) Se declaran propiedad del Estado los bienes, derechos y acciones de los mencionados pueblos naturales (…) No hay que perder de vista el orden de los artículos: para despojarlos, primero se les concedió la ciudadanía; así, todo era legal. Las tierras fiscales que se privatizaron en época de Bernardino Caballero provenían de esos nuevos ciudadanos de 1848.
Förster negoció 600 km² en la zona llamada Campo Casaccia con el presidente Caballero. La zona había tenido alguna población antes de la guerra pero para 1886 se encontraba prácticamente desierta. Dos terceras partes eran bosque, el resto parecía tierra apta para cultivo. El dueño, Cirilo Solalinde, pedía 175.000 marcos alemanes por ellas, una cifra imposible de pagar para Förster. Luego de una negociación que duró ocho meses, se llegó a un acuerdo triangular: el Estado paraguayo pagaría a Solalinde 80.000 marcos por 160 km² que éste entregaría a Förster, mientras que éste haría un pago total y único de 2.000 marcos al Estado paraguayo. A cambio de la ayuda, se comprometía a que 140 familias alemanas llegarían a vivir en la zona en los siguientes dos años. De no cumplir, debería devolver el dinero y perder las tierras.
Para noviembre de 1886, Förster vendía lotes a los colonos que habían llegado con él, aunque esas tierras todavía pertenecían al Estado paraguayo.

*

cartel
La llegada a Nueva Germania no puede ser más ominosa. Luego de un desvío en la Ruta 3, se sigue unos pocos kilómetros y un desteñido letrero junto a un mochado árbol seco anuncia que se está en sus inmediaciones. Es un panorama que cualquier director de arte escogería para una película de terror. La bienvenida, escrita sobre latón, está colocada lejos de la carretera, en un terreno descuidado. El cartel está elevado sobre dos postes; su borde inferior roza el techo de zinc de una casa de ladrillo abandonada. El muro de otra casa, de apariencia más antigua, se derrumba a su lado. Esa vez, alguien había borrado las tres palabras que debían leerse bajo las blanqueadas banderas de Paraguay y Alemania.

Al continuar por el camino se llega a dos torres de apariencia medieval, en construcción, y luego, por fin, al pueblo. Parterres centrales de concreto, postes de luz con banderas alemanas y paraguayas alternadas, mucho orden y limpieza. Pero ninguna pista de que la hermana de Friedrich Nietzsche alguna vez vivió allí.
Después de más de una hora de dar vueltas −era la hora de la siesta y estaban cerrados el municipio, la escuela y toda institución que pudiera disponer de alguna información−, optamos por el único hotel del pueblo. Nos entusiasmamos, en el patio había dos esculturas de ciervos europeos hechos en yeso que yacían entre la exuberancia de la vegetación paraguaya.
El dependiente nunca había oído hablar de Förster ni de Elisabeth pero nos ofreció un refresco helado. Mientras lo buscaba, contemplé en la pared otro paisaje alpino de lagos cristalinos, alta montañas y nieve. Afuera había 40 grados.
Decidimos ir a la única gasolinera del pueblo, alguien debía saber algo allí. Entre los jacarandás, flamboyanes y lapachos del camino se podía distinguir algunos pinos que no hubieran desentonado en un bosque alemán. El dueño de la gasolinera, el señor Fischer, nos dijo sin pestañear que la casa de Elisabeth se encontraba a la vuelta, bajando hacia el río por el camino de tierra. Cerca de la iglesia. Frente al orfanato. Lo dijo como si repitiera la dirección de la casa de su tía.
Mientras continuaba despachando, me contó que era descendiente de uno de los primeros colonos. Que su bisabuelo se quedó en Nueva Germania. Que si bien algunos de sus parientes, que no se habían ni han mezclado con paraguayos, se mudaron a las afueras del pueblo, a una zona llamada Tacarut´y, su abuelo y su padre se casaron con paraguayas.
A un costado de la gasolinera un grupo de gente tomaba tereré y el calor empujaba la sed. El señor Fischer me dejó tomarle una foto y me dijo que su nieta atendía en la cafetería de al lado. La única con aire acondicionado del pueblo. Allí, una chica alta y rubia nos tendió dos botellas de agua helada. No sabía nada de Elisabeth Nietzsche y admitió que no prestaba demasiada atención a su abuelo. Cuando entré al baño descubrí que el ocupante anterior no había corrido la cadena. Con esa imagen en la cabeza salí a buscar Försterhof.
Llegamos enseguida a la puerta de la iglesia, que estaba cerrada. Atrás se distinguía el río Aguaray Guazú del que tanto hablaba Elisabeth en sus despachos a la prensa alemana. Lo que presumimos era la entrada al orfanato también estaba cerrada. En diagonal había una enorme casa de adobe que podía ser del siglo XIX. Dejamos el carro bajo la sombra de un árbol y entramos. No había nadie en los alrededores pero un niño de unos seis años comenzó una conversación a través de una reja. Nos contó que su abuelo había salido y que su papá estaba trabajando. Y luego, lo que desayunó y el programa que estaba viendo; y abrió la cortina para que viéramos la televisión con él.
En eso llegó su padre y nos miró con sospecha. Le contamos que buscábamos la casa de Elisabeth Nietzsche y se relajó, pero también nos dijo que no sabía nada, que su padre sí y que debía estar por llegar. Entró en la casa y volvió a salir con una jarra de agua helada y una bombona llena de yerba mate. Cuando estaba por tenderme el tereré, llegó Juan Carlos León Hankle. Si su tío abuelo no hubiera sido un cacique aché (o lengua, no estaba seguro), quizá pasaría por un campesino alemán. Pero don Juan Carlos es el resultado de ese extraño experimento de fines del siglo XIX; un fracasado enclave ario que terminó por poner en contacto a campesinos sajones con indígenas achés.
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Le pregunté si la convivencia había sido buena y me dijo que no, pero que terminaron compartiendo el mismo espacio y mezclándose. Me contó que su familia vivió del cultivo de caña y luego de la yerba mate, y luego de la exportación de mariposas, pero que muchas familias regresaron a Alemania o se fueron de Paraguay hacia algún otro sitio. Le pregunté si había algún libro que recogiera la historia de Nueva Germania y me dijo que no, que ya nadie se acordaba de los inicios ni parecía interesarles. Tanto así que él sabía que fue el 19 de julio, una noche de luna llena, cuando desembarcaron los primeros colonos en Nueva Germania pero la fundación del pueblo se celebraba el 23 de agosto.

Entramos en su casa, seis o siete grados más fresca que el exterior, techos altos, cuartos enormes, paredes gruesas, mucha sombra. Pensé en la descripción de Elisabeth a su madre: “No tienes idea de lo caliente que es aquí…El techo sobresale, lo que hace que sea agradablemente fresco a toda hora del día. Los tres cuartos en el centro son muy espaciosos y miden casi dieciocho pies de alto…Somos dueños de una magnífica propiedad”. Pregunté al señor León Halke si vivía en la antigua casa de los Förster-Nietzsche. Antes de responder me guió al exterior y señaló un terreno abandonado. No, me dijo, era allá, pero se quemó hace varios años. La persona que la ocupaba dejó una vela prendida por la noche que se cayó, y la casa se incendió, y luego el monte creció. Ésta era la tienda donde se despachaban los productos para toda la colonia. También había sido de Förster, solo que no era su casa. Le pregunté por Förster. Comenzó por “Cuando se suicidó…”
¿Förster se suicidó?

*
Una de las últimas razones que decidieron a Förster fue la colonia alemana que existía desde 1881 al borde del Lago Ypacaraí, en San Bernardino. Era una colonia próspera de más de quinientos habitantes. En varias ocasiones se hospedó en el Hotel del Lago, inaugurado en 1888, cuando tenía que hacer algún trámite en la cercana Asunción. San Ber llegó a ser, con los años, uno de los principales lugares de descanso del país y sus aguas azules inspiraron la famosa guarania “Recuerdos de Ypacaraí” que han interpretado tanto Luis Alberto del Paraná como Los Panchos, Julio Iglesias o Caetano Veloso: Una noche tibia nos conocimos/ Junto al lago azul de Ypacaraí/ Tú cantabas triste por el camino/ Viejas melodías en guaraní. Por el más cosmopolita de sus hoteles pasaron, en distintas épocas, Charles de Gaulle, Marlene Dietrich, Antoine de Saint-Exupéry, Isabel Sarli y Franklin D. Roosevelt.
También Förster, cuando no pudo más con sus deudas. Las cosas no iban bien en la colonia. El autoritarismo de Förster y Elisabeth comenzaba a colmar la paciencia de los habitantes de Nueva Germania. No era solo que dos años después del desembarco solo los Förster-Nietzsche tuvieran una casa mientras los demás habitantes malvivieran en chozas o casas comunales, sino que los fundadores esperaban que se les rindieran honores constantemente. Förster había impuesto que, si un colono a caballo se cruzaba con él y su caballo blanco, tenía que desmontar para saludarlo. También había ordenado que no se construyeran casas si no estaban por lo menos a una milla de distancia unas de otras, para que así se pudieran desarrollar las virtudes alemanas en soledad.
Los colonos estaban deprimidos. El calor era insoportable y cuando llovía los caminos se volvían intransitables. Vivían picados por mosquitos, apenas había agua dulce y los pozos que cavaban se secaban de inmediato. La tierra era resistente a los cultivos que conocían. El paraíso que se les había prometido era un fraude pero no tenían dinero para regresar y, a pesar de que habían pagado por sus tierras, tampoco tenían ningún tipo de documento legal que lo probara. En los primeros dos años habían llegado 40 familias más a poblar Nueva Germania pero para julio de 1888, un cuarto de ellas ya había regresado a Alemania. Para entonces, según el acuerdo tripartito, Förster habría tenido que atraer a 110 familias en el siguiente año o renunciar a las tierras.
Comenzó a pasar más tiempo en Asunción, tratando de obtener créditos y escribiendo a Alemania para conseguir inversores. La situación terminó por volverse insostenible con la llegada de Julius Klingbeil, un sastre de la zona de Antwerp que había viajado a Paraguay pensando que el clima le sentaría bien. No tardó nada en darse cuenta del timo. El vegetariano Klingbeil vio con horror cómo Förster, que seguía escribiendo en la prensa alemana que “la gente de Nueva Germania no consume la nauseabunda carne”, sí la comía, y que los pocos colonos que aún insistían en la dieta original se veían reducidos a alimentarse de maíz, arroz y porotos. El queso y la leche de la colonia sólo se conseguían en la tienda de Förster a un precio exorbitante. Tras unos pocos meses en Nueva Germania, regresó a Alemania y escribió un libro de 160 páginas denunciando a los explotadores Förster-Nietzsche. Se armó un revuelvo, Förster se entregó a la bebida y comenzó a pasar más y más tiempo lejos de la colonia. Elisabeth le mandaba cartas al Hotel del Lago. “Tu depresión me preocupa. Trata de calmarte, por favor. Aunque puedo admitir que la situación es precaria…las cosas mejorarán”.
Mientras tanto, Friedrich Nietzsche colapsaba en Turín. Elisabeth estaba desconsolada. El 2 de junio, Förster tomó un coctel de estricnina y morfina y murió. Su esposa trató de tapar el suicidio afirmando que había muerto de causas naturales pero nadie le creyó. En 1890, la corporación Sociedad Colonizadora Nueva Germania, integrada por dos alemanes, un italiano, un español, un inglés y un danés, compró el título de las tierras y Elisabeth partió a Alemania a buscar apoyo financiero para rescatarla de esas manos extranjeras. También aprovechó el viaje para tomar control sobre la obra de su hermano. La noticia de la enfermedad de Nietzsche había atraído interés sobre ella y, en el año que permaneció en Alemania, no solo publicó La colonia Nueva Germania de Bernhard Förster en Paraguay, una recopilación de artículos que tendía una luz favorable sobre el emprendimiento de su marido, sino que preparó una edición barata de toda la obra publicada hasta ese momento por su hermano.
Regresó a Paraguay en agosto de 1892 con la oferta de traer un pastor y construir una iglesia. No cumplió con ella. Los colonos se marchaban en números cada vez mayores. Cuando comprendió que la situación era insostenible, para fabricarse una salida digna, pidió a su madre que le enviara un telegrama diciendo que la salud de su hermano había empeorado. Vendió su casa y sus tierras y se fue de Paraguay para siempre en agosto de 1893.
Una vez en Alemania, sirvió de intermediaria para que una empresa completamente alemana comprara las tierras de la Sociedad Colonizadora Nueva Germania. Dijo que completaba el trabajo de su esposo y que con ello se encontraba en paz. Pero nunca dejó de interesarse por el destino de Nueva Germania; cuando supo que Fritz Neumann, uno de los primeros colonos, había logrado domesticar la yerba mate en 1901, se alegró por la suerte del emprendimiento.
Yerba-Mate-Nietzsche
Desde la expulsión de los jesuitas en el siglo XVIII, el cultivo de la yerba había vuelto a ser mera recolección de yerba salvaje pero Neumann había observado que donde los pájaros hacían sus nidos proliferaba la yerba. Dedujo que su sistema digestivo jugaba un rol importante. Remojó las semillas en ácido y carbón y logró que germinaran artificialmente. Por unos pocos años, a principios del siglo anterior, Nueva Germania vivió una edad de oro y su población se duplicó, pero para la década del veinte el secreto de la domesticación de la planta se había regado y la singularidad de Nueva Germania había desparecido.

Desde su regreso, y durante los cuarenta y tres años que le quedaban de vida, Elisabeth se dedicó a crear el mito Nietzsche y a unir su nombre y su obra con la de su esposo y los nacionalsocialistas alemanes. Comenzó por crear un selectivo archivo de los documentos de su hermano, continuó con dos tomos biográficos donde ofrecía su visión de Friedrich Nietzsche y terminó por dar la estocada a su pensamiento publicando Voluntad de Poder, un libro que ella preparó y editó con las notas sueltas que había dejado su hermano, un libro que él nunca concibió.
Esa hábil construcción sirvió para que comenzara a recibir el aprecio de Gabriele D´Annunzio, Mussolini, los descendientes de Wagner y las pleitesías de Hitler, que llegaron a incluir una pensión mensual y donaciones para el mantenimiento del Archivo Nietzsche en Weimar. Su nombre, ahora Förster-Nietzsche, siguió ligado a la colonia, y por eso no fue una sorpresa que el primer partido Nazi que se fundó fuera de Alemania tuviera su sede en Paraguay, ni que en 1934 Hitler enviara una caja de tierra alemana a San Bernardino para que ésta fuera regada sobre la tumba de Bernhard Förster, que miraba el lago.
Aunque la tumba sigue ahí, el azul de Ypacaraí hace mucho desapareció. El lago ahora está contaminado por desechos cloacales e industriales y crecen algas tóxicas que han teñido el agua de verde.
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Las huellas de Elisabeth Nietzsche y Bernhard Förster en Nueva Germania han ido desapareciendo. Son el ojo de un huracán que nunca logró desatarse y legaron un punto muerto donde ni el aire circula. A los habitantes del pueblo no les interesa la supremacía racial que pretendieron fomentar y, si algo, recuerdan como una curiosidad que en los cincuenta Alfredo Stroessner concediera la ciudadanía paraguaya a Josef Mengele, quién, al parecer, vivió en Nueva Germania por algunos años. Tampoco parece importarles que los cazadores de nazis y la Mossad pasaran por sus caminos de tierras rojas en busca de Mengele.
Pero si algo sigue convocando a extraños a Nueva Germania es el nombre de Nietzsche, su nombre unido a la desaparecida selva paraguaya. Ese fue el punto de partida del “Nietzsche Contra Wagner Nueva Germania Opera Tropical”que el compositor y dramaturgo argentino Santiago Blaum montó en Berlín este año. Es que, desde que se abrieron los archivos en Weimar y los estudiosos tuvieron acceso a los documentos originales, la figura del filósofo que alguna vez escribió que solo creería en un Dios que bailara no ha dejado de crecer. Él es el huracán que destroza y arrasa con todo lo reconocible e ignora la calma que sujeta al centro. Él es el caos lejos de los patos que caminan sobre la tierra donde antes se asentó la morada de los fundadores de un Imperio fracasado, él es la confusión que reina lejos de los limoneros, que crecen indiferentes bajo el ardiente sol del Paraguay.

Gabriela Alemán, diciembre 2013

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