Por: Alfredo Boccia Paz
La iniciativa de unos pocos, el ejemplo de un colegio, las redes sociales y la unanimidad del reclamo hicieron posible una convocatoria juvenil inédita. Habría que remontarse hasta 1959 para encontrar otra manifestación de estudiantes secundarios tan numerosa. Claro que los contextos eran muy diferentes.
Salvo esporádicos grupos de dirigentes más politizados, los colegios públicos y privados se mantuvieron al margen de las reivindicaciones sociales y políticas de las últimas décadas. Por eso la de ayer parece tan auspiciosa. Es esperanzador comprobar que hay una generación que no perdió el espíritu crítico.
Nadie puede oponerse a una reivindicación tan sentida. Eso explica el acompañamiento de los padres, de muchos docentes y de sindicalistas. Sea que sus hijos vayan a una institución privada o a una pública, todos ellos conocen los daños de la mala educación. Que las consignas hayan sido elementales y con un cierto aire inofensivo permitió que se sumaran otros sectores. El Gobierno tardó en comprobar que la marcha no lo pondría en aprietos. Cuando lo hizo, abandonó la actitud hostil de patotear a los colegios con supervisores y se abrió al diálogo.
Es cierto que lo de ayer no fue igual a las movilizaciones de Chile, pero la comparación sería injusta. Empezando, justamente, por el nivel de educación de ambos países. Lo que debe resaltarse es el despertar de una causa noble y la ruptura con una tradición de apatía que está integrada al genoma de nuestra colectividad.
Terminada la marcha, habrá que vencer otro de nuestros rasgos culturales. Como el oparei, que hace que nuestras luchas epopéyicas se disuelvan en el tiempo. O la constatación de la complejidad de los cambios esperados. O que ellos estarán en manos de los políticos de hoy. O que el Presupuesto Nacional 2016 no será muy diferente al actual. Pero el pesimismo no debe vencernos. Basta recordar que, hasta hace unas pocas semanas, nadie soñaba con esta movilización.
En todo caso, prefiero quedarme con la ilusión que son estos los jóvenes que serán capaces de iniciar los cambios estructurales requeridos por la educación paraguaya y no los que ya se entregaron a un patético statu quo de mediocridad. Porque en estos días también fuimos testigos de un hecho insólito en sentido contrario. Por primera vez, en sus 126 años de existencia, la Universidad Nacional de Asunción tuvo su Rectorado allanado por un fiscal que buscaba evidencias de una escandalosa corrupción. Y buena parte del estudiantado universitario se mantuvo en incómodo silencio. Hubo incluso un comunicado a favor del rector –del Centro de Estudiantes de Derecho– que quedará en los anales de la vergüenza académica.
Definitivamente prefiero dejarme envolver por el optimismo que exhalaba la marcha de los jóvenes que ayer tomaron las calles.
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