Los hechos de pornografía infantil y violaciones ocurridas en el penal de Tacumbú, no son sino una parte de toda la gran masa de corrupción dentro del sistema penitenciario.
El penal de Tacumbú es un verdadero Estado dentro de otro. Un alto porcentaje de internos sin procesos ni abogados (olvidados), un pequeño grupo de poder que TODO LO PUEDE. En el penal se compra de todo, a veces hasta lo que no se consigue en la calle. En ese “depósito de cadáveres vivientes” hay una promiscuidad infernal. La “mezcla” delictual produce en los internos una metamorfosis tan acelerada que el que entró ladrón de gallinas, sale el más experimentado traficante, reclutado y entrenado dentro del mismo penal. Al final de cuentas el penal acaba siendo la mejor agencia de empleos, tanto para el traficante pez gordo como para el aprendiz.
La culpa no la tiene el preso, la tiene el sistema judicial. Un sistema judicial absolutamente fallo y corrupto. Desde el ladrón de gallinas hasta el encumbrado funcionario judicial, pasando por los abogados, saben y utilizan el sistema para ganar “ventajas”. El que entra por primera vez, entra medio asustado, receloso; pero una vez interiorizado de cómo “toca la banda” allí adentro ya comienza a soltarse y entrar en el baile, como se dice vulgarmente.
Creo poder decir que la gran mayoría de las penitenciarías del mundo, tienen sus fragilidades, pero las de América Latina son peculiares. En ellas hay presos que administran el tráfico y ordenan muertes con tal desparpajo que uno se asusta. Tiene más poder que el mismísimo director.
¿Cuál es el remedio para este mal? Una reestructuración total, TOTAL, del sistema carcelario. No solamente la parte edilicia, sino la parte de recursos humanos, técnicos y judiciales. Hay que cambiar todo. Se necesita orientar el sentido de la estadía de los internos en el penal. Se supone que estas personas están allí porque han cometido algún delito y necesitan ser reinsertadas a la sociedad. Están allí para reflexionar sobre sus actos, repensar sus ideas, pedir ayuda si no puede hacerlo solo. El sistema debe estar preparado para darle los elementos necesarios para su reinserción, el sistema debe contar con una especie de “campo de prueba” para que el interno en etapa de reinserción pueda demostrar fehacientemente que quiere reinsertarse y que su esfuerzo es sincero.
De esta tarea no puede encargarse cualquiera, deben ser personas altamente cualificadas en diversas áreas humanas y un grupo que se encargue de la seguridad que no debe tener ningún contacto con los presos, excepto lo estrictamente necesario y con una fiscalización paralela.
Tiene que haber una especie de oficina de “registros y seguimientos” de cada uno de los internos en el penal. Saber quién tiene proceso, como avanza su proceso y cómo trabaja el abogado de cada uno, salvaguardando la intimidad personal y profesional de cada parte, claro.
Sé que lo que estoy diciendo aquí es una locura, pero creo que no hay otro camino.
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