TÚNEZ, EGIPTO, YEMEN, ARGELIA… al dueño del circo…
Le están creciendo los enanos.
Busca pelos en la leche: Chester Swann
Las sublevaciones populares ―que se iniciaron en Túnez, la antigua Cartago púnica destruida por Escipión Africano hace muchos siglos―, parecen contagiosas y es una de las pocas pandemias a las que adhiero de corazón, aunque a la elite norteamericana y a la mafia financiera internacional produzcan úlceras en el duodeno o cáncer en el epigastrio.
Me explico.
Desde el siglo XIX y la expansión del capitalismo colonialista sionista-europeo, los países islámicos han quedado bajo el yugo de tiranuelos corruptos, mantenidos y manejados con mando a distancia desde las metrópolis europeas y, desde la Guerra Fría por los norteamericanos y su remanido “desatino manifiesto” (sic) bajo la bota de sátrapas crueles ajenos a los intereses de sus pueblos y sí consustanciados con los intereses geoestratégicos del sionismo y la alta finanza internacional, aún antes de la Declaración Balfour que autorizara el genocidio sionista de Palestina en 1947.
Egipto, cuya antigua grandeza fuera usurpada primero por los Ptolomeos, ex generales macedonios herederos putativos del imperio de Alejandro Magno; luego por las águilas romanas y, finalmente por Francia y Gran Bretaña (1945 a la fecha), al construirse a fines del siglo XIX el canal de Suez entre el Mediterráneo y el Mar Rojo.
Tras el éxito inicial, la Compañía del Canal, fundada por Ferdinand de Lesseps intentó una aventura en el istmo de Panamá, territorio despojado de Colombia y que llenaba los requisitos para otro canal interoceánico por su escasa distancia entre los dos océanos.
Tras innúmeros problemas técnicos ―sabotajes norteamericanos, fiebre amarilla, derrumbes y otros, la empresa de Lesseps abandonó los trabajos por quiebra.
Entonces, a comienzos del siglo XX, el jedive egipcio vendió a Inglaterra las acciones que le correspondían de la administración dando su soberanía a los súbditos de Victoria, ya coronada emperatriz-meretriz de la India y reina de África.
El propio Winston Spencer Churchill firmó la transferencia y Egipto quedó bajo la bota británica hasta hoy, aunque nominalmente con un sátrapa egipcio.
En la segunda mitad del siglo XX, luego de concluida la II Guerra Mundial, el corrupto rey Farouk fue derrocado por oficiales nacionalistas encabezados por los coroneles Mohamed Naguib y Gamal Abdel Nasser.
Nasser no tardó en desplazar a Naguib y hacerse con el poder absoluto, fundando la República Árabe Unida (RAU, con siria e Iraq) e intentando infructuosamente nacionalizar el estratégico canal.
A comienzos de los sesenta, ante un intento de ocupación de Port Said, cabeza mediterránea del canal, tropas anglofrancesas invadieron Egipto y dieron por tierra con sus aspiraciones.
Tras arduas negociaciones, y posiblemente para evita que Nasser se inclinara a la órbita soviética, accedieron a una administración compartida con la promesa de mantener las vías abiertas.
Pero tras la declinación británica los Estados Unidos toman la posta y se erigen en dueños del circo internacional, manteniendo y apoyando a los sátrapas corruptos que engordan las alcancías sionistas de Wall Street, mientras los pueblos gimen en la pobreza y la opresión. Este fenómeno también se dio en Latinoamérica con intervenciones contra líderes democráticamente electos pero sin las bendiciones de Washington.
Pero al dueño actual del circo comienzan a crecerle los enanos y eclosionan las reivindicaciones populares mientras el capitalismo, tan afecto a los tiranos, se rasca (sic) las vestiduras.
Es que Israel también quiere para sí la otra mitad del Medio Oriente, y usa a su lacayo: los Estados Unidos, para lograrlo.
Espero que los enanos sigan creciendo ―no sólo en Arabia, sino en todo el planeta, incluida la sub-américa (sic) del patio trasero. También desearía que se les encojan los elefantes para redondear la historia.
Y será justicia.
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