¡Tetente!”, respondía el pequeño Derlis en la fila de presos
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Por Jorge González ⋅ Febrero 4, 2011 ⋅ Imprimir ⋅ Comentar
«…el haber vivido ya es gracias a la solidaridad…”. Derlis Villagra Ramírez. En medio del hacinamiento, de condiciones insalubres, de la tortura y el asesinato, una veintena de bebés da su primer llanto en los distintos calabozos. En setiembre de 1976 el régimen decide abrir el Penal de Emboscada exclusivamente para presos políticos. Allí fueron a parar unas 600 personas: presos antiguos, nuevos presos, adolescentes, mujeres, hombres, niños y bebés.
«La fuerza de la vida me hizo nacer y el haber vivido ya es gracias a la solidaridad. Era esa solidaridad que mamamos», dice hoy Derlis, el hijo de Celsa. Así fue con todos los demás bebés que pasaron por el Penal de Emboscada. En aquellos días una mamá agricultora llegó con su bebé de dos meses de vida a la prisión y no le podía dar de mamar porque por la tortura con picana eléctrica había perdido la leche materna. Este tipo de situaciones horrorosas eran saldadas con la solidaridad de otras madres, que daban de mamar a sus retoños y al de otras compañeras. Guillermina amamantaba a su hijo y también a otras dos criaturas en aquellos años.
Carlos José Mancuello es uno de los desaparecidos por el régimen, que incluso fue entrevistado por el propio Alfredo Stroessner en Investigaciones un poco antes de ser borrado de la faz de la tierra. Fue apresado hacia fines de 1974 junto con su esposa, Gladys Ríos, embarazada de sólo días de su segunda criatura, Marcelo. Aquel bebé actualmente tiene 35 años y es Jefe de Gabinete de la Secretaría de Emergencia Nacional.
Sobre sus primeros años en la Comisaría de Fernando de la Mora y después en Emboscada, explica que él suele comparar su vida y su desarrollo con la de su hermana. La diferencia es que ella fue separada del seno materno muy temprano; él permaneció con la madre durante todo el cautiverio que les tocó vivir. «Se nota fuertemente la influencia de haber sido estimulado tempranamente por esa historia dinámica, esa solidaridad colectiva. Yo tuve la estimulación temprana de unos cuantos comunistas», bromea Marcelo, jugando con el estigma creado por el stronismo.
Para entender la estimulación de la que habla Marcelo hay que empezar diciendo que desde 1976 la mayoría de las personas más lúcidas y mejor preparadas de la sociedad paraguaya estaba presa en el Penal. Primero en condiciones marcadamente inhumanas; luego, gracias al gran esfuerzo de sus familiares y especialmente de instituciones como el Comité de Iglesias Para Ayuda de Emergencias, con una vida más o menos llevadera.
En esta cárcel se verificó una febril dinámica cultural que sirvió a los presos de contrapeso con las ansias de libertad, a partir de actividades como el tallado en madera, la elaboración de guampas, rompecabezas, telares, crochet, hamacas, portarretratos, floreros, veladores, cestos, anillos, figuras, tallado en cuero, huesos… más adelante se hicieron obras de teatro, festivales de música y jornadas de alfabetización.
El elemento asociativo de la población fue la solidaridad diaria; el centro de todo y también el elemento que suavizaba aquella vida eran los bebés presentes. «Emboscada era un campo de concentración con cerca de 500 presos políticos, entre ellos 18 bebés y mi hijo Manuel entre ellos», rememora Guillermina. En una sola celda de cuatro metros de largo por cuatro metros de ancho convivían personas adultas y 16 bebés. «Lloraban en diferentes horarios, era un estrés terrible. Ahí pedimos que nos separaran», dice Celsa.
Emilio Barreto estuvo preso por 13 años en los calabozos dictatoriales, algunos de ellos pasó en Emboscada participando del ritmo cultural que decíamos. «En medio de ese trajín, ese hervidero de actividades, crecieron los niños. Eran los seres más queridos por todos los compañeros; eran los hijos de todos, eran los ídolos de ahí, eran nuestros hijos, nuestras hijas. Las madres no tenían que cuidar casi de ellos», dice. Gran parte del tallado que se producía en el lugar era pensado en los bebés y niños, para juguetes, como también para ingresos económicos para las familias.
Cuando Derlis (h) cumplió un añito de vida, estando preso con su madre, Emilio le regaló un tallado con el dibujo de Trapito, el amigo del ídolo infantil argentino Anteojito. En la madera Trapito le decía a Derlis «te quiero mucho» y Emilio le agregó, de su parte: «Yo también».
El principal lugar de relacionamiento en la cárcel era el patio y las sombras que daban el inmenso guapoœÿ. Cuando llovía, muchas veces la pandilla de niños que crecía chapoteaba en el charco, ante la alarma generalizada de las madres, puesto que una de las cosas más duras que marcó aquellos años de vida fue la indisponibilidad de agua para el baño y menos para beber. En este tipo de ocasiones, los demás presos bromeaban a las mamás «déjenles que jueguen, basta de represión».
“¡Tetente!”
Cada mañana en Emboscada los presos hacían formación en el patio, donde los guardias llamaban la lista. Un día la abuela de Derlis (h), María Lina Rodas, que compartió la prisión con su nieto y su hija Celsa, le pidió al guardia que al llamar a los demás también lo haga con el niño de dos años, pues éste se ponía siempre en la formación de los adultos. Al final de la lista, el carcelero llama:
–¡Derlis Miguel!
–¡Tetente! (Presente), responde el pequeño.
Otro día Derlis y Matilde estaban jugando en una de las celdas y el niño le derramó un frasco de colonia en la cabeza a la niña. «Recuerdo bien ese momento –me dice riéndose Matilde–, me picó todo el ojo. Yo agarré y le mordí el dedo gordo del pie. Yo le quería tanto…».
En una ocasión uno de los celadores pidió a Gladys Ríos poder sacar a su hijo Marcelito a recorrer por unos cinco minutos las inmediaciones del Penal y mostrarle lo que había afuera. Después de mucho dudar, la madre autorizó. A la vuelta del «paseo», todo el mundo estaba pendiente de Marcelo. Al llegar, un grupo de «tíos» y «tías» se acerca y le pregunta qué había visto afuera. Un peio iaaaaande (¡Un perro graaaande!), fue la respuesta del niño. Lo que había visto fue un caballo pastando, pero como toda su corta vida había estado en prisión, los únicos animales que conocía eran los perros de los guardia-cárceles.
En invierno cerrado varios presos se agenciaban para conseguir un poco de agua para el baño y luego entibiarla dejándola al sol en palanganas. Pero cuando veían venir a Marcelito, corrían a proteger sus recipientes, porque éste se divertía tumbándolos.
Justamente la falta de agua potable era uno de los peores males en Emboscada. Toda ella se traía del río Piribebuy o era fruto de las últimas lluvias que se acumulaban en un aljibe que en lo más profundo era puro barro. Las afecciones intestinales eran diarias en estas condiciones a pesar de que las madres hervían el agua durante media hora. Permanentemente los niños enfermaban de diarrea y eso era fatal en un lugar como el Penal donde a cada paso de los niños, los cientos y cientos de «tíos» y «tías» le obsequiaban una tortilla aquí, una galleta allá, un sorbo de tereré. Un día en que Marcelito estaba descompuesto y cualquier gesto solidario sería catastrófico, a su mamá Gladys no se le ocurrió mejor idea que colgarle un papel con la inscripción: «Tengo diarrea, por favor no me invites nada».
A la señora MIRTHA AYALA:
!Qué impresión me causa esta historia del descendiente de Derlis Villagra!
Este mártir piribebuyense fue mi compañero de trabajo en el diario "El Paraguayo Independiente" cuyo director fue el Dr. Víctor Simón.
El periódico se editaba en los talleres de Don Juan Madelaire en la calle Mompox y Vía Férrea, y éramos todos gráficos dejados cesantes en la huelga grande del 58 (en mi caso del diario La Tribuna). El periódico era de orientación colorada disidente (Mopoco) con un cuerpo de redactores de 1ª línea como Osvaldo Chavez, Zayas Vallejos, el mismo Simón, Sindulfo Martínez, Rovisa, Atilio Fernández, creo que estuvo también González Delvalle, y otros cuyos nombres el tiempo ha borrado de mi memoria. Cuando empezaron las represiones y los allanamientos algunos de éstos desertaron. Nosotros seguimos y Derlis era tipógrafo y siempre venía con su uniforme de conscripto del Distrito, no porque lo fuera sino para ahorrarse el pasaje en el colectivo. En esa época yo era linotipista, y para qué negarlo, todos los días entrábamos en el taller presintiendo que ese día vendría a buscarnos la camioneta roja de investigaciones. Varias veces lo hicieron pero sólo para "empastelar" tipografías y romper alguna máquina. Debo destacar la altivez del Dr. Victor Simón, que nunca cedió a las amenazas, especialmente de Edgar Insfrán, entonces ministro del Interior. Derlis, en sus momentos libres, colaboraba con los que trataban de cooperativizar a los cañeros productores de la caña de azúcar, que eran extorsionados por los únicos consumidores de la materia prima que eran los dos o tres ingenios existentres. Otro luchador indoblegable en ese terreno fue Aníbal Garcete Figueredo, gracias a quien los agricultores empezaron a elaborar la miel como alternativa para utilizar sus materias primas. Ambos, tanto Derlis como Garcete Figueredo, sufrieron un largo encierro en sótanos de comisarías. Garcete con la suerte de lograr su libertad tras 12 años de no ver la luz del día y Derlis, con menor suerte, desparecido al poco tiempo de lograr su libertad. Son historias poco conocidas y solo quienes la conocemos recordamos con admiración sus indoblegables convicciones de luchadores sociales. Conocí a la madre de Derlis y Aníbal es mi compueblano y cuenta con mi admiración y respeto. CARLOS ARTAZA.
Testimonio de un compatriota emigrado de larga data en Buenos Aires. Recuerda su militancia en el gremio de los obreros gràficos teniendo como companero también a Derlis Villagra, desaparecido en la década del 70, junto con Miguel Angel Soler y otros exponentes del Partido Comunista Paraguayo. En aquellas décadas de plomo fueron muchos los patriotas que no doblaron el espinazo ante el aparato represivo del tirano y sus acolitos. Vale la pena rescatar del olvido estas historias que nos hablan de dignidad, de coraje y del permanente anhelo de un nuevo Paraguay.
(Este relato es continuacion del que aparece màs abajo, comentando el articulo de e'a sobre los ninos de Emboscada).
Sra. Mirtha: En verdad yo no la conozco. Pero respecto de su pedido no tengo inconveniente, y agrego más: aquellos otros que trabajaron con nosotros en esa instancia se apellidan Bogarin, Ibarra, Neri Madelaire, mi hno. Julián Artaza y un impresor de nombre Antonio Báez.
Una anécdota: En una oportunidad e imprevistamente nos allanan los de investigaciones, quienes llegan en tres móviles. Rodean la imprenta, que estaba en la bajada hacia la Chacarita, y obligan a don Juan Madelaire a decirle el nombre de todos los que trabajaban. Este señor, no les dijo una palabra. A empujones lo llevan al taller, y allí nos hacen formar a todos y uno por uno nos preguntaban nuestros nombres. Derlis, que estaba armando una página, hizo caso omiso a la orden y siguió con su tarea. Esto sacó de sus casillas al "pÿragüé" y a los gritos le pidió que se identificara. Teníamos la misma edad casi, 19 años, creo, pero Villagra estaba mucho más fogueado que yo en estas cosas. Derlis se dio vuelta como si nada y le preguntó si se dirigía a él. Esto enfureció más al policía. Ya del grupo lo habían separado a mi hermano Julián, miembro entonces del Sindicato Gráfico. Uno de ellos recibió la orden de llevarlo a la camioneta. Mientras el que aparentaba ser jefe del grupo se acercó a Derlis con un papel o carpeta en la mano y sin rodeos le preguntó si él era Villagra. Este le contestó afirmativamente. Con voz de sargento le gritó: "Ud. me va a acompañar". Derlis le pidió permitirle pasar al baño a lavarse las manos y sacarse un delantal que llevaba. El policía llamó a uno de sus ayudantes y le pidió que acompañara hasta el baño a Villagra. El baño tipo Paraguay era amplio, como un galpón, y tenía una ventana que daba hacia la Escuela Normal de Profesores. El policía esperó en la puerta mientras Derlis se aseaba y escuchaba que la canilla estaba chorreando agua. Ya pasado unos minutos y Villagra no salía el jefe gritó que le apurara al que estaba en el baño. Este policía entró al baño y no encontró a nadie. Derlis había trepado hasta la ventana y escapó por el patio vecino. Ud. imaginará la desesperación de los policías. Patearon cajas tipográficas, tiraron lingotes, de todo... Mientras nosotros estábamos en la incertidumbre de si nos íbamos todos a investigaciones. En eso llegó el Dr. Víctor Simón y no permitió que nos tocara haciendo bajar también a mi hno. de la camioneta, ofreciéndose él acompañar a los policías en calidad de detenido. Tiempo después, semana diría, clausuraron el diario. Son anécdotas de la vida de los trabajadores que no agacharon la cabeza durante la dictadura. Son apenas gotas de contribuciones que hicimos los gráficos en aquel entonces. Era secretario general de gráficos en ese entonces Fortunato Osorio, otro que también fue "huesped" de la policía técnica. ¡Son tantos los protagonistas de esa silenciosa resistencia... como el periodista Félix María Cáceres, auténtico luchador de esa época! Había ilusiones distintas, había esperanza de construir un país mejor. Hoy, con tristeza vemos que ya no se lucha por los ideales sino por las ansias de ocupar un cargo para desempeñar el mismo papel de los que se fueron. Cabe preguntarse ¿habrá un mañana distinto para nuestro querido PARAGUAY?
Estimado Carlos Artaza: Interesante y valioso el relato, también util y necesario en un pais en que casi todo està aun por ser contado y conocido y donde lo que ha imperado siempre fue la mentira, ocultamiento y tergiversacion de la verdad, con el consecuente resultado de que aquellos criminales, sus émulos y continuadores siguen impunes, fungiendo de parlamentarios, autoridades judiciales, electorales... y otros como el ministro del Interior R. Filizzola, aplicando diligentemente similares métodos represivos contra los que luchan por un pais diferente. No menos indignante es la pretension que tienen de retomar el Ejecutivo, apoyàndose en un esquema y aparato mafioso raramente igualados.
Asi pués, te sugiero permitas la difusion de este testimonio, de modo a que también contribuya a rescatar la memoria, a luchar contra el olvido y a inscribir en una continuidad las aspiraciones, anhelos y acciones por un Paraguay justo y solidario.
Quedando en espera de tu respuesta, te envio un fraternal abrazo de compatriota.
Mirtha A.
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