(Por Ignacio Telesca. Publicado en www.abc.com.py) Como historiador, docente en ambas universidades, me surgen una serie de reflexiones que se inician, por lo general, en diversos intercambios a través de las nuevas redes sociales informáticas. Estas líneas tienen el propósito entonces de compartir ciertas inquietudes que me fueron surgiendo en este último tiempo y tendrán quizá el orden más de un diálogo que de un texto cerrado. Es más, no es mi intención clausurar un discurso, sino más bien abrirlo, debatirlo, provocarlo.
I
El pasado 17 de enero, Jesús Montero Tirado publicó un artículo en este mismo diario titulado “El futuro del bicentenario”. El texto, como es de imaginar, no estaba dirigido a planificar los pasos futuros de las celebraciones del Bicentenario, sino que era un llamado a mirar hacia el futuro, a no quedarse obnubilado con el pasado. En la primera oración se define el programa: “Si la celebración del bicentenario no nos dispara al futuro, será estéril”.
Sigue el texto insistiendo en la necesidad de pensar el futuro del país y concluye apoyándose en una reciente obra de Andrés Oppenheimer, ¡Basta de historias! La obsesión latinoamericana con el pasado y las 12 claves del futuro, de la cual cita una frase bien clara: “¿Y cómo hacer para comenzar a mirar el futuro? Muy fácil: observar lo que hacen los países que más éxito han tenido en reducir la pobreza y aumentar el bienestar de toda su gente… Romper nuestra ceguera periférica, y mirar menos al espejo y más por la ventana”.
Por supuesto que la cita no es gratuita y desde ella es de donde hay que leer el artículo. Montero Tirado no es el único en hacer uso de la obra de Oppenheimer, Oscar Tuma (h) también lo hace suyo en el post del 26 de enero “Apostemos a la educación técnica” en su blog en el diario ABC Color.
Uno de los puntos centrales de la obra de Oppenheimer es el llamado a invertir más en la educación técnica y menos en las humanidades. La ironía del caso es que todos los que escriben provienen de las humanidades (incluido el autor del libro, que estudió abogacía en Buenos Aires y Comunicación Social en EE.UU.). De aplicarse el “principio Oppenheimer”, seguramente ninguno de nosotros estaría escribiendo lo que escribe.
Pero al margen de las contradicciones que todos tenemos, volvamos a la cita: “mirar menos el espejo y más por la ventana”. El éxito de este tipo de obras es la simplicidad de las mismas, de los conceptos y argumentos que utilizan. La historia es igual al espejo, el futuro a una ventana. En el espejo me miro a mí mismo; a través de la ventana miro hacia afuera, salgo de mí mismo.
¿Qué decir ante esto? Pues nada, o todo. Que ni la historia es igual a un espejo, ni el futuro a una ventana. La historia no es un objeto que se pueda asir, sostener en una mano y describir. Existen los hechos pasados, los acontecimientos, incontables, pero la historia de esos hechos hay que armarla, construirla, narrarla. En el Archivo Nacional de Asunción tenemos cientos de miles de documentos pasados, pero la historia del Paraguay no es igual a la suma de todos los volúmenes del Archivo. Es el historiador quien decide cuáles hechos tomar y cuáles no, cuáles son importantes y cuáles no. Y no solo eso, sino cómo los explica. Agregado a esto tenemos la limitación del espacio: cómo narrar la historia en 400 páginas, o en 50 o en 1000; para el caso es igual. Hay un límite, y a ese límite el historiador debe atenerse.
Dicho de otro modo, los hechos ocurrieron, se dieron, son “objetivos”; la narración histórica no es objetiva, ningún texto de historia puede ser objetivo, es imposible. Esto no implica que el historiador sea mentiroso y que nos quiera engañar. Por el contrario, todo historiador debe ser serio, debe hurgar en todos los datos, no puede ocultar nada porque le convenga. Luego de investigar amplia y exhaustivamente en los archivos, en todos los archivos, es que puede formular una interpretación coherente y seria. Es decir, nadie puede escribir un texto de historia basándose en un documento o en un par de documentos.
Esto significa, entonces, que no hay UN espejo donde mirarse, sino VARIOS y diversos, como varios y diversos son los historiadores. Es más, ningún historiador va al pasado por el pasado en sí mismo, el historiador no es un anticuario, no es un coleccionista de hechos pasados.
El historiador, como no puede ser de otra manera, está comprometido con el presente en donde vive y con el futuro en donde quiere vivir. Si quiere un futuro sin pobreza, seguramente se preguntará por la causas de la misma; o si quiere un futuro sin corrupción querrá saber desde cuándo hay y el porqué; si desea un futuro con estabilidad democrática, reflexionará sobre la historia institucional, y así cada uno verá la historia desde su propia comprensión de lo que es urgente. Puede ser también que el historiador esté muy conforme con el statu quo; es una opción probable.
En otras palabras, tampoco existe un solo futuro, una sola ventana (por más que Oppenheimer y Tuma nos insistan en que solo hay una ventana posible, la que nos muestra a los países desarrollados).
Es más, la opción entre espejo “o” ventana es mentirosa. No es una frase disyuntiva, sino copulativa, espejo “y” ventana. Es desde nuestra visión del futuro que miramos al pasado, y por eso la historia se reescribe constantemente. Los hechos son los mismos, la documentación también, pero desde Cecilio Báez y Blas Garay, pasando por Efraím Cardozo y un sinnúmero de historiadores, seguimos reescribiendo la historia del Paraguay.
Sin embargo, la posición que asume Montero Tirado, de la historia como espejo, como un objeto, como algo que está ahí, en el cajón de los recuerdos es la aceptada en el día a día. De hecho, la consecuencia de esta lógica es la creencia de la escasa utilidad que tiene la investigación histórica, si ya está ahí, “el espejo”, ¿para qué seguir escribiendo?
Esta es una de las razones del porqué en nuestro medio no se puede realizar una investigación histórica seria. Además, no hay cómo hacerla. Las universidades, en el área de humanidades, no son centros de investigación, sino de docencia. Si bien es cierto que la Universidad Nacional de Asunción hace un par de años creó el cargo de Profesor Investigador con dedicación exclusiva, a la Facultad de Filosofía le correspondió solamente dos cupos, para ser distribuidos entre todas las carreras (seis en total). Además, estos puestos duran apenas dos años, y si bien pueden ser renovados, nadie garantiza que así sea. Y más preocupante aún es que quien sostiene el principio de “historia igual a espejo” sea un miembro del Consejo Nacional de Educación y Cultura.
Un profesor de historia que trabaje en las universidades tendría que enseñar alrededor de diez cátedras cada semestre para tener un ingreso mensual que le permita subsistir. Si lo hiciera en colegios secundarios, deberían ser muchas más aún. Esto implica que no puede investigar, no le queda tiempo para ello.
Por otro lado, el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) que depende de la Presidencia de la República, financia proyectos de investigación, pero la historia aún no está entre sus sectores prioritarios.
De esta manera se hace muy difícil la investigación histórica en nuestro medio. En casi todo los países del mundo (desarrollados y subdesarrollados) la investigación se genera en las universidades (Brasil es paradigmático en América Latina) o en centros como el Conacyt (por ejemplo, en CNRS en Francia o el Conicet, en Argentina).
Y dejémoslo claro, no es función de la Comisión Bicentenario financiar investigaciones históricas. Una investigación no se realiza en una semana, un mes o en un año; lleva tiempo y dedicación exclusiva. Sería ingenuo pensar que en ocasión de las celebraciones, y por arte de magia, surjan aportes nuevos. Los historiadores también son seres humanos y tiene que sobrevivir, y si no hay rubros para investigar, entonces tendrán que realizar otras actividades que les quitarán el tiempo, las fuerzas y las ganas de embarcarse en una investigación.
II
No creo que haga falta insistir en la importancia de la historia, pero sí quisiera enfatizar en las consecuencias de carecer de investigaciones históricas. Y quisiera tomar como caso la dictadura de Stroessner.
Si hay un período sobre el cual tenemos una enorme cantidad de información es sobre la dictadura stroessnista. El Archivo del Terror está lleno de testimonios de torturas, secuestros, encarcelamientos y desapariciones. Se puede comprender perfectamente cómo era el aparato represivo del régimen. Como si esto fuera poco, contamos también con la labor realizada por la Comisión de Verdad y Justicia, a la cual también podemos agregar la presente en la Defensoría del Pueblo. Es más, el Estado está resarciendo a las víctimas por las bestialidades sufridas.
Sin embargo, el represor camina por la misma vereda que el reprimido, trabajan en el mismo hospital, enseñan en la misma universidad, legislan en el mismo Parlamento. Sin ningún empacho, viejos jerarcas stroessnistas siguen formando parte de las instituciones estatales, y sus descendientes se vanaglorian de su pasado con total impunidad. No hace mucho, la mismísima Conferencia Episcopal nombró como rector de la Universidad Católica a una persona mentora de leyes represivas y embajador en Brasil durante el Operativo Cóndor.
No solo eso, sino que en la última proyección del 1 de enero, efecto mapping, frente al Cabildo, la dictadura de Stroessner fue dividida en dos partes: la primera, “la buena”, la de Itaipú; la segunda, “la mala”, la de la represión. Las luces y las sombras.
Y he vuelto a ver la proyección en YouTube para ver si comprendí bien, si es que no había algún guiño que me dijera que era una ironía o algo así. Pero nada. Luces y sombras.
Y me pregunto: ¿puede ser que desde el mismo Estado nacional, el mismo que ha avalado el informe final de la Comisión de Verdad y Justicia, se sostenga esta visión de la dictadura? Angustiado y sorprendido les pregunté a los asesores de la Comisión Bicentenario, a los tres que siempre se mencionaban como estando por detrás del guión. La respuesta fue unánime, palabras más o menos, me comentaron que a ellos les consultaron sobre lo central, lo importante, para narrar en diez minutos de historia; que ninguno tuvo una injerencia real en el guión más allá de esa consulta técnica. Y pondría las manos en el fuego que es así, porque no me imagino a ninguno de los tres, víctimas, cada uno, de la dictadura de Stroessner, hablando de “luces y sombras” de la dictadura.
Cuando Primo Levi, sobreviviente de Auschwitz, volvió a visitar ese campo de concentración en 1982, un periodista le preguntó: “¿No le parece que los otros, los hombres, hoy en día quieren olvidar Auschwitz cuanto antes?”, a lo cual Levi respondió: “Hay indicios que permiten pensar que quieren olvidar o algo peor: negar. Es muy significativo: quien niega Auschwitz es precisamente quien estaría dispuesto a volver a hacerlo”. Sin lugar a dudas se podría aplicar lo mismo respecto a la dictadura de Stroessner.
Federico Tatter, agudamente, también me señalaba otras estrategias de esta misma negación, como la de “minimización”, del estilo “no fue para tanto”, “no todo fue malo”, “era feliz y no lo sabía”; y la de restarle importancia en el presente, al estilo, “fue terrible, pero nuestras prioridades hoy son otras”. Quizá acá podríamos ubicar las reflexiones de Oppenheimer, “basta de historia”.
Por supuesto que nada de esto es gratuito, y sin intención. Sin querer establecer causalidades, es interesante notar que Alfredo Stroessner (nieto, quien se llamaba Domínguez, pero se cambió el orden de los apellidos) en una entrevista publicada en el diario Última Hora el pasado 1° de febrero, expresaba: “¿Qué sería el Paraguay sin Itaipú y Yacyretá? Te desafío a que me muestres una obra buena luego de Stroessner”.
La historia se escribe con documentos, pero la historia es interpretación de esos documentos, es por eso que el senador Alfredo Stroessner (el nieto) no tiene ningún empacho en afirmar que su abuelo, el dictador, no tenía que arrepentirse de nada, ya que él “actuó de acuerdo a los cánones de la Guerra Fría; actuaba de acuerdo a lo que la política mundial mandaba en aquel entonces y él hizo lo que tenía que hacer en el momento en que lo hizo” (ABC, 17/8/2006). Entiéndase: reprimir, secuestrar, matar, encarcelar, exiliar, sobornar, comprar conciencias, dar prebendas, estado de sitio, corromper, censurar, y suma y sigue.
III
A pesar de lo que digan Oppenheimer y sus seguidores, la historia no es un espejo, no es un pasatiempo; la historia no es un fin en sí misma. Es una herramienta para construir un presente y un futuro mejor, más justo, más solidario. Pero es una herramienta especial, porque no está dada, se construye también.
Montero Tirado señala que el Paraguay de hoy se caracteriza “por la creciente y degradante corrupción, por el alto índice de pobreza, por el bajo nivel de nuestra educación, por ser con Brasil el país de mayor desigualdad de América Latina, por ser un país famoso por el contrabando y el tráfico de drogas, por la inseguridad…”. Justamente, sin la investigación histórica no se puede conocer sus causas.
Un médico no se interesa en la historia clínica del paciente para regodearse en ella, sino para curarlo. La historia del Paraguay no la conocemos por ciencia infusa, sino por su estudio.
No espero como fruto de este Bicentenario la gran obra historiográfica; solo deseo que el Estado asuma la necesidad urgente de financiar la investigación histórica a través de los canales que hoy existen, las universidades y el Conacyt. Que haga de la investigación histórica también una política de Estado; de otra manera, va terminar borrando con el codo (proyección del 1 de enero) lo que firmó con la mano (informe de la Comisión de Verdad y Justicia). Y lo que es peor, dejaremos que sea el statu quo quien nos narre la historia.
Porque si Stroessner hizo todo bien, bueno, casi todo bien, salvo alguna que otra represión, me pregunto: la corrupción, la pobreza, la injusticia, la no-tierra, el bajo nivel de educación, la inseguridad y el contrabando ¿son culpa de la democracia?
No seamos ingenuos, la historia no es neutral. No pensemos que por carecer de investigación histórica carecemos de una narración histórica. Por el contario, la narración vigente es la que justifica y perpetúa el presente. Necesitamos investigar el pasado porque nos urge cambiar el presente.
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