Rossana, 36 años, morena, alta. Parecía mucho más de los años que tenía en realidad, parecía que cada año para Rossana valía por tres, sin exagerar para nada.
En realidad no se llamaba Rossana, inventó ese nombre para esconder el suyo propio.
Una sonrisa amarga afloró en sus labios, llevaba unas gafas oscuras, hace unos días Roberto, su compañero (para no llamarlo de otra manera), le había golpeado, siempre lo hacía, especialmente cuando no llevaba dinero suficiente para él. Se preguntaba por qué no lo dejaba ¿Quién la querría? ¿Roberto al menos esta “a su lado”? Una mujer como ella no tiene otra alternativa sino “pagar” para que alguien esté a su lado. Tener “un macho” era una garantía de que nadie la atacaría, excepto el mismo Roberto que la molía a trompadas día sí día no, era un rito al que ella ya se había resignado. Todo por conservar a Roberto a su lado, era mejor que estar cambiando de pareja cada momento.
Veinte años atrás ganaba un buen dinero, era joven y muy bonita; había llegado del interior, un noviecito de adolescencia la trajo con la promesa de que él trabajaría y luego se casarían, inexperiente en la época Rossana se embarazó, su pareja se asustó con la responsabilidad futura y desapareció del mapa, ella arcó con todo el peso de su embarazo y la crianza de José, su hijo, que ahora ya era un hombre hecho, había ido a trabajar y estudiar en Buenos Aires, porque nunca estuvo de acuerdo con la vida que llevaba su madre, aunque nunca la reprochó. Siempre le decía que estudiaría, se formaría para darle una vida más digna, hacía seis años que no veía a su hijo, aunque siempre recibía cartas, Rossana nunca usó teléfonos, no le gustaban.
Rossana vivía en una casita alquilada, nunca pudo comprar un ranchito siquiera, Roberto le sacaba la mayor parte de lo que ganaba, él los perdía en juegos y vicios, además, Rossana lo sabía, Roberto tenía otra mujer y un hijo, pero a Rossana eso no la molestaba. A veces hasta se sentía orgullosa de mantener a la familia de Roberto, sí…, porque “aquella” era la verdadera familia de Roberto, ella apenas era la “fuente de ingresos de Roberto”
Varios eran los “motes” que solían usar para “referirse” a Rossana, “P…” era la más frecuente, “Mujer de mala vida”, la más elegante era “La Cualquiera”; de todas la que más le causaba risa a Rossana era “Mujer de vida fácil”. Solía decir en sus adentros “Ya quisiera yo que cualquiera de “ESTAS” que dicen que tengo “vida fácil” prueben por un día lo que yo vivo” Son hipócritas – remataba.
Allí estaba Rossana, sonrisa amarga en los labios, lentes oscuros para disfrazar el ojo morado, bastante maquillaje para esconder los años. Ahí estaba la Rossana, la verdadera era otra persona, que quedó perdida en el tiempo veinte años atrás, perdida junto con sus sueños de adolescente, perdida como su familia que la rechazó cuando quiso volver con su hijo en brazos, hace veinte años “nació” Rossana, para llevar adelante la cruz que le tocaba vivir. Las espinas de aquella cruz siempre fueron Roberto que la golpeaba, la sometía y la “explotaba”, el desprecio de la gente.
José, su hijo, era el único que le llenaba de palabras de cariño, José era su consuelo, y su esperanza de que algún día vuelva a llamarse Rosa Mariela, como la bautizaron.
De momento era Rossana, la escupidera de una sociedad hipócrita y desalmada, la mujer que es paga para escuchar y "refrescar" a hombres amargados y desilusionados. Rossana era la depositaria de los bajos instintos humanos, la que reniega de su propia dignidad para llevar la vida adelante. Todos la llamaban Pu.., nadie se daba cuenta de que bajo aquel “disfraz” había un alma que sufría y soñaba, que bajo aquel disfraz había UNA MUJER, un SER HUMANO.
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