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sábado, 5 de enero de 2013

Necesitamos otro igual, URGENTE!!!!


José Gaspar Rodríguez de Francia (Yaguaron, 6 de Enero de 1766 - Asuncion, 20 de Septiembre de 1840)


Fue a la escuela en Asuncion, continuando sus estudios en el Colegio Monserrat de Córdoba. Era primo de Fulgencio Yegros.  Entre sus inspiradores filosoficos figuran Rousseau, Voltaire, el abate Reynal... del iluminismo francés, que propiciaban el gobierno al servicio del pueblo y la justicia social. 
Su temperamento y carácter le impidieron consagrarse al sacerdocio. Volvió a su ciudad natal donde ejerció la abogacía y la cátedra. Persona de elevado talento y de una instrucción bastante completa, al paso de ser de un carácter pacífico, prudente y moderado y de bien acreditada honradez e integridad y de arreglada conducta.
Hizo sus estudios en la Universidad de Córdoba del Tucumán, con manifiestas ventajas donde obtuvo los grados de maestro de Filosofía y doctor en Sagrada Teología. El Dr. Francia había adquirido los conocimientos que entonces se daban en las universidades de la América Española. Por su reputación y buen nombre fue electo, en el año 1808, Alcalde ordinario de primer voto de Asunción.
No fue un aventurero ni un corrompido, ni un resentido político. Además de la cultura general, tenía información y práctica del movimiento administrativo de la Colonia.  El ambiente conventual dejó en su espíritu huellas profundas. Durante toda su vida siguió el estricto régimen de alimentación y pobreza que aprendió en el claustro.
La rectitud campea en los actos de su vida pública y privada. No defiende sino los pleitos que estima justos. Es una vida que apunta alto, una voluntad tendida hacia grandes ambiciones, una enorme ansia de poder que mantendrá toda su vida. Todo lo supeditó al afán de mando. Era virtuoso, frío inexorable.
Siguió estudiando y leyendo, cultivando su inteligencia. Leía a Voltaire, Rousseau y al abate Reynal, vale decir, la “lectura prohibida” de la época, el explosivo que contribuyó a acelerar la revolución de la independencia americana. Gustaba referirse a los “derechos imprescriptibles”, a la “igualdad entre los hombres”, a la "facultad del pueblo para darse gobierno".
Si llegó a triunfar no fue por casualidad, pues el azar no desempeñó ningún papel en su vida. Todo lo calculó y proyectó. Fue una inteligencia al servicio de una voluntad incorruptible. Se puede condenar su despotismo pero no se puede negar su participación en el movimiento de Mayo ni su aporte doctrinario. No es un destino que se improvisa, sino un trabajo que culmina, porque su juventud y aún la edad madura, fueron preparatorias para su actuación. Fue un hombre sustancial, sin dobleces. Actuó por sí y trabajó por su cuenta.
Desde su juventud revela su inconformismo, ese temperamento rebelde a las formas gastadas, a los convencionalismos de un “revolucionario en potencia”. Era una de esos seres que promueven modificaciones sociales. Por eso se aislaba en su bufete, en su biblioteca y cultivaba pocas relaciones. Era un extravagante e introverso. Por eso fue intolerante, intratable.
Sobresalió y, por lo tanto, atrajo al rayo; fue sobre todo un carácter, vale decir, que tuvo la columna vertebral de las cualidades de un hombre público. Su figura se proyecta en la historia universal como monolito de uno de los grandes revolucionarios, transformadores de pueblos.
Lo imaginamos en ese período de su vida, en actitud pensativa, avizorando el horizonte, aguardando su cuarto de hora para entrar en acción e incrustarse en la historia como un proyectil inatacable.
(Extraído de “Mancebos de la tierra”, Justo Pastor Benítez, impreso el 21 de diciembre de 1961)

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