Aquel 26 de Marzo de 1999, por la mañana ocurrieron dos hechos simples y trascendentales: Por un lado un grupo mafioso ya hacía planes para estafar a toda una nación en forma perversa, por otro una ciudadanía activa estaba descubriéndose emponderada y resistente a lo peor de una noche fascista y dictatorial.
El Sol nunca fue el mismo desde esa tenebrosa noche. Siempre me parecerá que fue ayer, cuando sus rayos iluminaban los campanarios de la Catedral Metropolitana, escurriéndose entre las hojas de las dos plazas frente al Congreso. Los árboles, en ese verdor de un verano sempiterno, habían sido impávidos testigos de un horror sangriento que seguiría corriendo aún un día más. No hay que engañarse, la mayoría de los paraguayos en esos días solo se dedicaban a sus prosaicas y humildes labores cotidianas, quizás más pegados que nunca al radiotransmisor y a la TV para saber que pasaba en la politiquería de siempre; perturbada gravemente por la muerte de un vicepresidente y por el asesinato de jóvenes urbanos y campesinos organizados.
Sin embargo, para esos pocos que estuvimos ahí y que todo lo arriesgamos, esos días fueron de una noche larga, que empezaba a culminar aquel sábado 26 por la mañana, una mañana silenciosa para el microcentro de Asunción. Todo el tránsito había sido desviado por seguridad y una calma arrulladora envolvía al campo de fratricidio, dónde siete compañeros habían dado todo lo que tenían de sí. Algunos que estuvieron ahí narraron como un grupo de policías empezaban a lavar la esquina de las calles 14 de Mayo y Paraguayo Independiente, removiendo un mar de charcos vermejos, todas las esperanzas derramadas en un solo sitio. Fue mucho dolor, demasiado dolor.
Horas antes, en la madrugada, fue muy hiriente abandonar las barricadas que tantas vidas nos costaron, aquella tan triste y permanente resignación que nos dijeran “Los Senadores vendieron la lucha de nuestros compañeros, quieren que dejemos las plazas porque va a venir la marina a cuidar el Congreso” Fue muy doloroso, demasiado doloroso.
Así, tan naturalmente como nunca, al salir el Sol los gorriones empezaron a cantar, animados por el extraño silencio que cubría a las plazas. El cocido y el café calientes empezaban a pasear de mano en mano, de tasa en tasa entre los menos de 50 jóvenes y campesinos que quedaron cuidando un pedazo de la plaza, cerca de la Catedral, animados por unas monjas; dignas seguidoras de la Virgen María. En ese silencio mañanero, en esa calmada y paciente resistencia resignada, los pocos jóvenes que aún quedaban luchando lentamente se replegaron hacia la Catedral. Solo cuando el Sol despuntó se abandonaron completamente las plazas, ya ante la presencia de la marina paraguaya.
Ya no me tocaría ver ello, con mi primo, el ahora médico Daniel Rolón, nos retiramos de ese lugar porque queríamos descansar. “Vamos a descansar Alejandro, la noche fue muy larga” recuerdo que me dijo. “Qué hermoso Sol” le contesté y así nos fuimos.
El Marzo Paraguayo fue una gran derrota y una gran victoria. Una gran derrota porque el responsable de la frase “Correrán Ríos de Sangre” está hoy libre y listo para enlutar nuevamente al Paraguay, sin embargo no está impune como no lo están los genocidas de Videla y Massera en Argentina. Pero el Marzo Paraguayo también fue una gran victoria, porque no solo se salvó la transición hacia la democracia, sino porque los ciudadanos activos aprendimos que podíamos resistir lo peor y que podíamos ganar a lo peor sin recurrir a las armas, el contexto del Mercosur fue clave para esta victoria. A partir del Marzo Paraguayo nacieron las Contralorías Ciudadanas, el concepto de Resistencia Ciudadana y un movimiento social y ciudadano que hoy como nunca se está fortaleciendo con el comienzo de la democracia en Paraguay.
Sí, aquel día empezó a amanecer de una forma distinta en Paraguay y cada vez es más así.
Aboado Alejandro Sánchez
Activista de Derechos Humanos y Ecologista
Pacifista Solidario Internacional
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