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lunes, 16 de febrero de 2009



El camino a Bergerac está lleno de Castillos, que parecen surgir a cada vuelta de tren en los recodos o a la salida de los túneles, como en un pase de mágica, ¡mágica! Ésa es la palabra exacta para definir lo que uno siente a esa visión.

Si uno cierra los ojos hasta podría imaginarse, elegantes y majestuosos caballeros en briosos corceles blancos surgiendo de repente de los bosques, como buscando a su princesa, presa en
una de las imponentes torretas de algún Castillo, rodeado de viñedos; con gentes de coloridos ropajes y bellísimos rostros, sin edades ni géneros, todos cantando cuidando la viña.

Yo allí como un súbdito más, contemplando aquello como una visión. Despierto de mi sueño, miro a mi alrededor, espero que nadie haya notado mi sonrisa de alegría marcado en mi rostro, dentro de aquel ómnibus que estaba completando el viaje hasta Bergerac. Curiosidad, ansias de bajar y entrar a uno de aquellos Castillos, en fin parecía un chico metido en uno de esos libros de cuentos del estilo Cenicienta versión masculina, de hecho me sentía como tal.

Aquella primera tarde, la profesora iba llenando mi curiosidad y, a la vez, alimentando mis sueños. Camino al Castillo de Montbazillac, en cierto momento me parecía que habíamos salido del planeta tierra para adentrarnos en un mundo de sueños, o talvez hemos salido del tiempo y vuelto algunos siglos atrás, aquello parecía irreal, las casas que tenían rastros y arquitecturas de un antiguo palacio, no cejaban de aparecer y los viñedos parecían ser infinitos. Imagínense: Cielo, Castillos y Viñedos; solo me faltaba ver a un viejito panzón, enseñándome un vino en una bodega húmeda y fría, como una catacumba.

Al día siguiente, uno de los profesores me lleva a conocer un poco mas aquella ciudad, lo que él decía quedo registrado en la cinta, yo siquiera lo oía, estaba demasiado extasiado con aquella visión y la historia allí presente, casi gritante, sin necesidad de que nadie lo cuente, parecía ser narrada en forma natural a cada vuelta de ojos. Cada casa, cada edificio cada puente o calle respiraba historia. De repente surge como otro pase de mágica la figura imponente de Cyrano de Bergerac, colorido, majestuoso, vivo y presente. Paseamos algunas calles estrechas, hacía mucho tiempo que no veía a una señora en delantales barriendo la acera y hablando con un vecino. Me dije para mis adentros ¡Ésta es la gran Francia! La de las grandes glorias, los reinos, las princesas y los guerreros. Bella, imponente ¡Así es Bergerac!

Sin dudas estaba en sueños o metido en algún cuento de hadas.

Como no sentir esa sensación, yo que no he visto mas Castillos en mi vida que las dibujadas o fotografiadas en algunos libros, sean de cuentos o de historias. Ahora yo estaba allí, paseando aquellas callejuelas por donde pasaron guerreros, bárbaros, cristianos, príncipes o reyes. Incluso un Monje Mendicante o un peregrino camino de Santiago.

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